Vivía en las cercanías de Guamote un hombre extranjero y hosco que vivía de alquilar su caballo negro con brillos rojizos. De vez en cuanto se presentaba en la entonces aldea de Riobamba a
pedir limosna pero no en nombre de Dios como era la costumbre de la
época. Apenas decía: ¿Habrá un pan? ¿Habrá un real? Lo peor sucedió durante la misa solemne en honor a San Pedro, patrón
del asentamiento. En el momento que el sacerdote levantaba la hostia, el
ermitaño de Guamote la arrebató de las manos y la arrojó al suelo. “Ya
veremos si volvéis a consagrar otra vez”, vociferó mientras trataba de
herir al cura con un cuchillo. Ante tal desacato, los caballeros blandieron sus espadas y
ajusticiaron al extranjero. Las investigaciones posteriores concluyeron
que el individuo era un fanático, un luterano, que pensaba cumplir con
un deber de conciencia al profanar el sacramento. Al enterarse de los hechos, Lope Diez de Armendáriz, presidente de
Quito, ordenó que el cadáver del sacrílego fuese incinerado, lo cual se
cumplió. El Rey de España también se enteró de lo sucedido y como recompensa a
la fidelidad religiosa concedió un escudo de armas que inmortalizaba el
hecho. Personalidades como Juan de Velasco y Federico González Suárez, recogen y reseñan los acontecimientos narrados. Enlace
El 4 de febrero de 1797, un terremoto destruyó gran parte de la zona
central del Ecuador. Se cuenta que antes del desastre se produjeron
hechos misteriosos, como el que les contamos a continuación. En la plaza central de la villa de Riobamba se levantaba la escultura
de un niño tejedor (agualongo en quichua). Se dice que un día antes del
pavoroso terremoto, hacía un insoportable calor, y muchos se
concentraron en la plaza para descansar. En esos momentos miraron
asombrados cómo la escultura de piedra giraba sobre su propio eje. Los testigos regresaron a sus casas profundamente contrariados, sin
imaginar que al día siguiente Riobamba desaparecería y que por eso, el
Agualongo quiso verla por última vez. Enlace
El inicio de esta leyenda urbana se remonta a la
época republicana cuando la ciudad de Riobamba era alumbrada por
rudimentarios faroles que apenas competían con la luz de las velas. La
luna llena completaba el ambiente propicio para los aparecidos y cuentos
tenebrosos. El protagonista de esta leyenda es Carlos, uno de los tantos bohemios
que gustaba embriagarse en las cantinas y no desaprovechaba la
oportunidad de tener un desliz. Una de aquellas noches de juerga, al dirigirse a casa, se encontró
con una extraña mujer vestida totalmente de negro y con una mantilla que
le cubría el rostro, que le hizo señas para que la siguiera. Carlos sin pensarlo dos veces fue tras de la coqueta a lo largo de varias callejuelas oscuras. Al llegar a la Loma de Quito, el ebrio le dio alcance. - “Bonita, ¿dónde me lleva? dijo. Sin dar más explicaciones, la mujer dio la vuelta y Carlos recibió
uno de los impactos más grandes de su vida porque vio que la cara de la
mujer era la de una calavera. De la impresión, Carlos cayó pesadamente sobre el suelo mientras
invocaba a todos los santos. Logró levantarse y emprendió la carrera de
regreso a casa. Al llegar, el hombre encontró el refugio en su devota esposa
Josefina. Entendió que la visión fantasmagórica era el castigo por
tantas infidelidades. Y desde entonces se dedicó santamente a su hogar. Lo que Carlos nunca se enteró es que su esposa estuvo detrás del
“alma en pena”. ¿Qué había sucedido? Después de muchas noches en vela,
Josefina se armó de valor para castigar las continuas infidelidades de
su cónyuge. Una vecina le aconsejó darle un buen susto. Para el efecto le prestó una careta de calavera y le recomendó vestirse de negro. Sin estar segura, pero motivada por su amiga, la señora decidió hacerlo.
Una noche oscura, se trajeó de negro, se puso la careta y se cubrió con un velo. Lo sucedido después ustedes ya lo conocen. La loca viuda fue el remedio para los caballeros que abandonaban el
hogar por una conquista galante. Los años pasaron y aún dicen que la
loca viuda se aparece en las noches… Enlace
El maestro universitario César Herrera Paula ha recopilado una serie
de leyendas y tradiciones de nuestra provincia. Una de ellas es la que
contamos a continuación. En San Gerardo, población del cantón Guano, muy cerca de la ciudad de
Riobamba, Juan trabajaba en un lugar muy distante del centro
parroquial. Para llegar debía atravesar un bosque; salía de su casa a
las 8 de la mañana y retornaba a las 8 de la noche. Cierta ocasión mientras volvía, creyó escuchar pasos. No dio importancia, pero más allá escuchó una voz ronca que le dijo: - No mire atrás… únicamente dame tu cigarrillo. Así lo hizo y prosiguió su recorrido. Al día siguiente llevó una cajetilla y la voz nuevamente se dejó escuchar. De reojo observó que se trataba de un hombre muy pequeñito, portaba
un látigo en su mano, y llevaba en su cabeza un sombrero muy grande. Juan se asustó y corrió desesperadamente. Al llegar a casa comentó lo
sucedido y su madre le aconsejó llevar siempre un crucifijo. Así lo hizo y al día siguiente, el hombrecillo no le pidió cigarrillos sino que empezó a castigarle con el látigo. Juan sacó de su camisa el crucifijo y el enano se esfumó como por encanto. Esta aparición y otras similares hicieron entender que se trataba del Duende de San Gerardo. Enlace