Vivía en las cercanías de Guamote un hombre extranjero y hosco que vivía de alquilar su caballo negro con brillos rojizos.
De vez en cuanto se presentaba en la entonces aldea de Riobamba a pedir limosna pero no en nombre de Dios como era la costumbre de la época. Apenas decía: ¿Habrá un pan? ¿Habrá un real?
Lo peor sucedió durante la misa solemne en honor a San Pedro, patrón del asentamiento. En el momento que el sacerdote levantaba la hostia, el ermitaño de Guamote la arrebató de las manos y la arrojó al suelo. “Ya veremos si volvéis a consagrar otra vez”, vociferó mientras trataba de herir al cura con un cuchillo.
Ante tal desacato, los caballeros blandieron sus espadas y ajusticiaron al extranjero. Las investigaciones posteriores concluyeron que el individuo era un fanático, un luterano, que pensaba cumplir con un deber de conciencia al profanar el sacramento.
Al enterarse de los hechos, Lope Diez de Armendáriz, presidente de Quito, ordenó que el cadáver del sacrílego fuese incinerado, lo cual se cumplió.
El Rey de España también se enteró de lo sucedido y como recompensa a la fidelidad religiosa concedió un escudo de armas que inmortalizaba el hecho.
Personalidades como Juan de Velasco y Federico González Suárez, recogen y reseñan los acontecimientos narrados.
Enlace
No hay comentarios:
Publicar un comentario